Cuando Walter Benjamin afirmaba la necesidad de la memoria histórica, quizás incluso durante su estancia en Ibiza, los españoles se pusieron las manos en las orejas; no estaban interesados en escuchar. Como los alemanes, sólo que más literalmente, pretendemos enterrar el pasado del país bajo la pesada carga del olvido. Pero donde los alemanes prohíben cualquier apología o, prácticamente, alusión al nazismo en España esto significa miles de personas enterradas en cunetas; España es el olvido en su máxima expresión. Esto produce que cualquier acercamiento hacia la guerra civil, aunque también la dictadura de Franco, sea siempre airada y establecida como tabú: nadie quiere remover un asunto que sigue abriendo heridas. Quizás por eso la recepción de Plaza de España, la nueva serie de TVE producida por Hill Valley, es tan importante en el yermo político-cultural de éste país.
La serie nos narra como en plena guerra civil española hay un pequeño pueblo, Peñaseca, donde sus imperturbables habitantes viven ajenos de esta situación. A la llegada del teniente Sebastián Rivera, hijo pródigo del pueblo sin saberlo, con el bando nacional la única preocupación del pueblo será una determinante: seguir manteniéndose al margen y vivir lo mejor posible; mientras saquean los bienes del fallecido conde del pueblo, se aprovechan del inocente Sebastián e intentan, en suma, vivir la vida de los privilegiados.
Cuando desde RTVE dicen que la serie es “una mirada sobre la contienda absurda y surrealista, en la que los personajes viven en un mentira permanente y en la inconsciencia más absoluta” uno se pregunta, ¿es absurda y surrealista la mirada o la contienda? Sin duda la mirada está plagada de un humor surreal, brutal incluso, que perméa como por ósmosis en cada instante del programa. Pero la guerra fratricida, esta sí totalmente brutal, ajena de cualquier atisbo de intereses o realidad social también se presenta como una absurda constatación de nuestro pasado; de aquello que nos constituye. ¿Por qué no hacer del absurdo ideológico de esa contienda una mirada absurda a través de la que sostener nuestra memoria en ella? Porque eso nos hace recordar, y eso para algunos es fatal. A través del humor se desdramatiza, se crea realidad, a través de un acto subversivo que nos permite ver los horrores más brutales de nuestro presente aun vivo, pero sin necesidad de su drama. Si las películas sobre la guerra civil no triunfan, no se les da un valor intrínseco, no es porque abran heridas sino porque dramatizan un hecho ya dramático de por sí. El humor se constituye aquí como el único modo de tratar la enfermedad del drama; de la(s) ideología(s) enquistada en las Dos Españas.
El problema de España es que aun son Dos Españas; que olvida como método de curar las heridas pero con ello lo único que consigue es caer de nuevo en su arbitraria caída hacia la intransigencia ideológica del todo o nada. El humor constituye realidades, nos las presenta sin conformaciones ideológicas y las ridiculiza para enseñarnos algo en lo que muchos han insistido, insistiremos e insistirán: el rey está desnudo. Y, si se puede hacer a carcajada limpia, cuanto mejor será. Hoy, como siempre, lo auténticamente importante es no olvidar nunca.
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