Sublimar la apariencia como aspecto de lo real es algo que, aunque se ha dado durante toda la historia de la humanidad, ha cobrado una especial fuerza en la contemporaneidad. No debería sorprendernos este hecho cuando siempre, en un nivel inconsciente, se ha asociado lo bello con lo bueno y lo feo con lo malo en una dicotomía risible sobre lo aparente como existente. Esto no quita para que se haga necesario denunciar esta situación a través de documentales como El cuerpo de las mujeres, un breve documental sobre la imagen de la mujer en la televisión italiana.
En sus escasos 24 minutos y medio el documental nos hace un breve recorrido a través de las caras y los cuerpos de las mujeres que inundan el espacio audiovisual italiano. La crítica se ve enfocada hacia la presencia de unos cánones basados en la falsedad del cuerpo femenino; la televisión italiana hace un auténtico desfile de cuerpos imposibles acompañadas de caras sin expresión. Estas mujeres de plástico, caucho y botox se desfilan despampanantes haciendo gala de una ausencia absoluta de valores o dignidad, son nada más que un bonito acompañamiento que exhibir. Con su identidad vendida al mejor postor sólo les queda asumir su papel de esclavas cuyo único valor es, necesariamente, sus cualidades sexuales. De este modo no abandonamos en momento alguno esa dicotomía de bonito-bueno y feo-malo sino que lo ampliamos hasta la obscenidad; ya no sólo para ser buena se ha de ser bonita sino que, aun siéndolo eso te reduce a una entidad puramente material. Y lo peor de todo, hacen creer realmente a las mujeres que su único valor es físico y es que, al final, las guapas tienen más dificil que las tomen en serio.
Pero, mal que nos pese, para los hombres no es mucho mejor la situación. Aunque el feminismo ha hecho avances encomiables por la dignidad e igualdad intergénero se les ha escapado una problemática grave: se está igualando en tantos entes fácticos cortando por los píes. Así nos encontramos muy lejos de que las mujeres no sean más que objetos hipersexualizados deseables sino que a los hombres se les está relegando, muy lentamente, hasta esa misma posición; en vez de hacer de lo femenino algo más que un ente sexualizado se reduce ambos géneros a esa misma condición como entes deseantes. Hombres depilados de los pies a la cabeza, pasando varias horas diarias en el gimnasio, usando todo tipo de cremas y operándose para mejorar su aspecto anterior, ¿qué les diferencia entonces de la posición de la mujer? Quizás el rol de la mujer sea más visible pero el del hombre no es precisamente subterráneo, ¿cuando fue la última vez que vieron a un presentador o actor del género masculino que no siga los más estrictos protocolos de la normatividad metrosexual? Si consiguen recordarlo, atesoren bien esos recuerdos, pues dentro de poco será un auténtico rara avis relegado en lo más ignoto de sus recuerdos.
El problema sustancial es bien señalado durante todo el documental y es un paso de lo existencial; de lo que yo soy, a lo espectacular; lo que yo aparento ser; aun cuando a su vez fallan en percatarse de que esto ocurre en todo género y no sólo el femenino. Así, como dice una de las señoritas del documental, nos convertimos en productos que son vendidos y que, necesariamente en tanto espectaculares, defraudaremos en su consumo. No sólo quemen sus sostenes, también quemen sus calzoncillos.