Shamo, de Pou-Soi Cheang
En la era de lo políticamente correcto declararse anti-humanista es un crimen contra la moral, el mas humano es el monstruo que lucha por sus derechos despojados por una sociedad que se escuda en una falsa moral utilitarista; el humanismo se fundamenta en la antítesis de lo que es auténticamente humano: el generar una verdad de la existencia absoluta, pulcra en su absoluto cerrarse al posible cambio, produciendo que todo discurso se contamine del feroz desprecio hacia la existencia propio del humanismo. El auténtico héroe es el super-hombre, el hombre nietzschiano, aquel que elige sobre su propia muerte la acción para llegar a hacerse a sí mismo un sentido para su existencia medido conforme los límites de sus capacidades y aquellos deseos a los cuales aspira. Es en este sentido donde Ryo Narushima se erige como héroe imperturbable, luchador incansable por el sentido de su propio ser, en tanto como gallo de combate decide vivir su vida como quiere con lo que le ha sido dado: si el mundo decide recibirle a golpes, él los devolverá todos para conseguir abrirse paso hasta su gloria personal.
Shamo, adaptación al cine del manga homónimo, nos presenta a
Ryo es capaz de llegar hasta el honor, hasta el absoluto entendimiento del mundo a través de una ética particular, a través de la disciplinación absoluta que supone generar un culto al cuerpo propio: el templo del ser es el soporte físico que lo mantiene —he ahí la conexión con Mishima, pero también con Nietzsche. Por ello no es un honorable guerrero, pues para que el karate sea un arte honorable antes uno debe ser algo más que una jugosa presa para el mundo, y por ello se deja dominar por sus vicios; como un ser profundamente irascible se deja arrastrar por su ira, retorciendo su karate hasta convertirlo en una cuestión de resistencia pura: según las condiciones fácticas de su propio cuerpo, así transforma el lenguaje; ya que es pequeño y su fuerza no destaca, aprovecha su innata resistencia y precisión para acabar con sus rivales de un sólo golpe certero en el momento adecuado: hace de la resistencia silencia, del golpe aforismo. El karate, como lenguaje infinitamente flexible según el soporte que lo mantenga, se ve aquí deconstruído para convertirse en una sucesión de subterfugios y golpes sucios que le permitan comunicar su profundo desagrado ante la sociedad presente, haciendo patente su lucha (dialético-violenta) contra la alienación social a la que se ve sometido.
Nada hay más allá de su cuerpo, pues lo que él es y en lo que se ha convertido es dependiente tanto de su cuerpo como de aquellos cuerpos contra los que ha entrado en conflicto en un mundo hecho de carne humana. La lucha sistemática, profundamente destructiva, a la que se ve sometida desde su infancia, pasa factura sobre su cuerpo a través del cuerpo ajeno que lo somete a través de una violencia establecida como modelador de su carne — lo que Ryo es no es porque esencialmente sea así, no es porque él sea un ser violento por naturaleza, sino que primero la absoluta alienación existencial paterna y después la absoluta alienación física es la que le conducen hacia la senda de la violencia desmedida: él se defiende de un mundo que le llenó de cardenales el cuerpo, que hizo de su existencia un mapa de dolor que se puede cartografiar a través del morado de su piel. Es por ello que Ryo es la personificación última de una cierta clase de hombre que ya parece perdido, aquel cuya carne es su mayor y más preciado templo en la comunicación con el mundo en tanto, precisamente, entiende que si bien las ideas tienen una utilidad, de nada sirven sino van acompañados de la posibilidad de imponer a través del poder propio aquello que se sabe más justo para el mundo, para el ser, para la carne que se extiende unida entre todos los hombres.
El anti-humanismo sería entonces predicar con la necesidad de abolir la desconexión del hombre con su propia carne, de la existencia con la vivencia particular de las consecuencias propias de su ser arrojado en el mundo; nada hay pues en que esté determinado para el hombre como su fin mismo, sino que él deberá buscar con su sangre y sus ideas que es aquello que le es propio. Es por ello que si el deber del hombre es conocerse, aquel que se conoce será el super-hombre, y es en ese único sentido en el que Ryo es el hombre definitivo, el super-hombre que danza grácil y preciso entre las ruinas del humanismo.